Ayer, en mi habitual sesión de cine veraniego, vi una película de Ingmar Bergman. Fanny y Alexander. La primera clave es que sobreviví, cosa que me alegra. A pesar de mi tontez parece que el cine de autor me gusta y hasta lo comprendo. Bien es cierto que uno está acostumbrado a Woody Allen y hay que ampliar un poco el espectro cinematrográfico. A pesar de todo, me falta mucho cine por ver. Me gustaría tener más tiempo, pero el invierno es largo y exigente. Quizá haría falta planificarse un poco más.
No es cuestión de entrar en detalles pero a pesar de que la película lleva el nombre de los protagonistas, éstos salen más bien poco. La pequeña Fanny, hija menor del matrimonio formado por Oscar y Emily, apenas tiene protagonismo. Cosa distinta es su hermano Alexander. Me sorprende la paz con la que Fanny se acerca a su padre en el lecho de muerte mientras que Alexander tiene mucho más miedo. Es incapaz de afrontar ese hecho, y se esconde debajo de una silla. Quizá eso sea lo que le marque después y desarrolle cierta rebeldía ante todos, especialmente ante su padrastro, un obispo protestante, que no los consigue querer. Y lo peor de todo es que Alexander nunca se librará de él.
El obispo representa la autoridad moral que, según vemos al final de la película, acompañará al pequeño Alexander toda su vida. Y, más que como una bendición, como una pesada carga. Algo de lo que le gustaría librarse, pero en el fondo no puede hacerlo. No puede olvidar a su padre, que le ayudó a descubrir el teatro, y tampoco a su padrastro, que le mostró que el amor ¿de Dios? tiene una cara cruel y despiadada.
El personaje más inquietante es Ismael, hijo de Isaac, amante de la abuela. Permanece encerrado en la tienda de Isaac y, aunque hombre de nombre, pareciera una mujer. ¿Quizá travestido? ¿Quizá transexual? ¿Por qué determinads faltas dentro del orden de la sexualidad se tratan con tanta indulgencia y otras nos despiertan nuestros más profundos rechazos? Habla con Alexander durante un rato y pareciera saber más de lo deseado por Alexander. Diríase que está en su propia cabeza. En ese momento se establecen ciertos paralelismos entre dos momentos que parecen sudecer en ese momento a la vez y que son la clave de la resolución de la película. Parece ayudar a Alexander a acabar con sus agonías, a hacer realidad sus sueños, aunque luego tenga que pagar un gran precio por ello.
Otro personaje que me llama la atención es la abuela, una antigua actriz de teatro. Ella es la que aglutina la familia, la que hace que permanezca unida, aunque tenga que poner en su sitio alguna vez a sus hijos. Alexander y ella comparten una característica que ninguno de los demás parece tener, y es poder ver a los seres muertos. Los dos hablan con el padre del chico y mientras que en la madre las palabras son de cariño, en el hijo son de resentimiento, resentimiento por haber perdido a su padre, por sentirse abandonado y a merced de un cruel representante de Dios.
Por lo demás, un interesante retrato de la Suecia de primeros de siglo. Nunca me había planteado cómo sería, pero ahora que lo sé, ciertamente me quedo más tranquilo. Quizá ahora entienda mejor el significado de la Navidad en Ikea. Y no sospechaba la naturalidad de tener un amante, es decir, que el amante esté consentido y hasta premiado. ¿Sería la cuasibigamia algo aceptado en esa época?
PD: Qué curiosa resulta la elección de películas que hacen los periódicos. Cada uno intentando pontificar a su manera. Y luego critican...
sábado, 13 de agosto de 2011
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