Esto del volar ya ha dejado de tener glamour. Antes volar en avión era como un acontecimiento, como un eclipse, algo que ocurría muy de cuando en cuando. Uno hasta preparaba su alma con confesión y comunión, no sea que con eso de estar tan cerca de las alturas el Creador se acordara de uno.
Hoy en día es lo más normal del mundo. Me rodean una familia alemana de 6 miembros, miles de niños que no paran de chillar y un señor que iba delante mía y que se descalzó nada más subir al avión. Durante parte del vuelo se dedica a mirar fotos artísticas de señores en posición carnavalera. Y donde la ropa brilla por su ausencia. Verdaderamente las fotos son muy buenas.
Antes, cuando te subías al avión no se te ocurría moverte no fuera a pasar nada extraño. Ahora es apagarse la luz de los cinturones y la gente tirarse el plancha al pasillo. Básicamente pasan de estar cómodamente sentados en sus asientos a hacer cola en el baño. Por muy corto que sea el viaje se levantan mil veces. Debe haber un premio al pasajero meón o algo similar porque si no, no se entiende.
Pero lo peor de todo no es eso. Hemos pasado de la azafata española con traje de chaqueta oscuro, blusa blanca y pañuelo al cuello al azafato mezcla entre Becker por lo barbudo y Mario Conde por lo del pelo engominado. Eso sí, tan eficientes y profesionales como sus compañeras.
En fin, qué se le va a hacer. Habrá que pasarse al ave. O aprender a nadar sin patito
jueves, 18 de agosto de 2011
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