viernes, 5 de agosto de 2011

Glamour et sophistication

Esto de vivir durante todo el año en un pueblo y pasar los veraneos en una ciudad cosmopolita y moderna es un suplicio. Realmente en tu pueblo te sientes bien, la gente no te mira mal ni nada, pero es venir a la ciudad y abrumarte la sofisticación.

Veo a las señoras de mediana edad super-bronceadas, con blusas de color blanco que dejan ver sus hombros y peinadas con absoluta perfección, sujetando el bolso por la parte superior del codo y pienso en lo que ha evolucionado el homo urbanitas. Mas que el homo, la homa, pero bueno, ustedes me entienden. Veo a jóvenes parejas hiperarreglados, con el calor que hace, pasear su cariño y amor por las calles de esta urbe. Yo, nada más pensar en la temperatura, me entra una pereza y cuando salgo de mi escondite veraniego lo hago con un pantalón, camiseta y chanclas. Por no llevar, no me pongo ni reloj.

Reconozco que no estoy hecho para el glamour. En el semáforo, una compañera peatona lleva una bolsa de papel de una conocida firma de ropa, sujetándola por supuesto al modo anteriormente descrito, mientras que yo llevo una bolsa de cierto supermercado mujeriego, transparente para más inri, que no deja duda sobre mi condición. No se puede ser chic con una bolsa que contiene dos litros de horchata, un pack de 6 latas de atún y un pack de seis quesitos de Burgos. Yo creo que la individua en cuestión ha debido darse cuenta de mi condición, pues ha cruzado antes de que el semáforo cambiara.

Quizá debería dar clases de glamour y sofisticación. Pero es que con este calor...

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