sábado, 28 de abril de 2012

Rayaner

Hoy he tenido mi primera experiencia ryanair. La cosa es que antes de salir, mientras compras los billetes, ya comienzas a experimentar intensas emociones, como el hecho de tener que pagar hasta por entrar en la web. Pero bueno, todo sea por el turismo a buen precio. Por no hablar del proceso de facturación. Si fuera por ellos, tendrías que meter la maleta por el puerto usb del ordenador.

Una vez que tienes las tarjetas de embarque y estas en el aeropuerto, toca dejar la maleta, previamente certificada con un peso reducido y dirigirte hacia el control de acceso, donde con suerte te pitará el escáner y te cachearán. La pena es que no te dejan elegir quién ni, en caso positivo, intercambiar teléfonos.

Esta compañía no te permite elegir asientos a no ser que los pagues. Afortunadamente eso hicimos y allá que nos los encontramos, custodiados por una azafata con moño a lo hermana gilda. Supongo que en ese preciso momento comprendí que esa sería la única vez que sabría lo que es la clase business. Aunque bien es cierto que yo tengo la iberia plus y siempre que viajo me saludan muy cariñosos.

Pero, sin duda, lo mejor estaba por llegar. Sacar un billete no es sólo poder volar, es asistir a una teletienda, más bien airetienda, que sólo se termina cuando el piloto atisba la pista de aterrizaje. Que si la prensa, que si las colonias, que si los rascas para los niños pobres... La cabina se convierte en un ir y venir de frenéticas azafatas. Y no hay manera de que se callen.

Pero afortunadamente el piloto anuncia en un inglés de fórmula 1 que nadie entiende ni interesa la llegada al destino. Y cuando el avión posa las arruedas en el suelo, una fanfarria anuncia que han vuelto a ser puntuales. Y el sobresalto te dura hasta que coges la maleta y recorres una distancia equivalente a la volada en busca del metro.

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