Al cabo del tiempo, volvió la tortuga. Lo hizo tal y como se fue, sin decir nada. Un día vimos algo moverse en la alberca y era ella, nadando la mar de feliz en el agua a juego con ella.
Nos alegramos todos. Siempre te alegra que regrese el hijo pródigo, independientemente de que tenga o no caparazón. Así que ya que había elegido dónde quería vivir, le acomodamos un poco el hábitat, hasta crearle una alberca tipo ikea. Le pusimos un tronco del nogal que se secó y que al talarlo se llevó el peral por delante y de vez en cuando le renovábamos el agua. Y del equilibrio demográfico ya decidió encargarse ella
Había crecido un montón. Supongo que se apañaría comiendo hierba en el huerto. Recuerdo verla subida en el tronco, quieta, con el cuello completamente estirado, con sus pequeños ojos negros mirando alrededor. Lamentablemente, su viaje no la había vuelto sociable, pues no había manera de pillarla, así que había que conformarse con verla en la distancia, en su tronco, a merced de las corrientes que lo movían en el pequeño estanque.
Pasó el tiempo y ella seguía en su sitio. Hasta que otro día volvió a desaparecer. Y hasta hoy.
Ya lo decía Zenón. No hay quien coja a una tortuga.
martes, 29 de mayo de 2012
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Du retour de uno de los personajes de la aporía de Zenón (pudiendo elegir), me quedo con el más débil: Aquileo
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