Es una de las plagas de las zonas turísticas. Vagan por todas partes, con sus cámaras, sus parasoles, siguiendo en plan borreguillo a la guía que suele sujetar algo en plan Estatua de la Libertad. Haga calor, llueva o granice, allá que están ellos, llenando los bolsillos de las tiendas de souvenirs y preparándose bocatas impunemente en las plazas de las ciudades y pueblos de nuestra fermosa piel de toro.
Aunque a veces van en pareja. En tal caso suelen ser o muy jóvenes, casi seguro que el primer viaje que hacen juntos, o muy mayores, para recordar el primer viaje que hicieron juntos y por cerrar el círculo, por si la diñan en próximas fechas.
Pero hay otro turista que hoy merece mi atención. Suele ir solo, desmapado, con una mochila y siempre pregunta al que le parece aborigen sobre la situación de los puntos de interés con una perfecta mezcla de todos los idiomas que sabe entre los que, por supuesto, no está el del país que visita.
Hoy me he encontrado con uno. Delgado, moreno de rayos uva, pelo corto rizado, se me acerca con ademanes muy educados y me pregunta en una mezcla de inglés, italiano y español por "una información". Le han dicho que por allí cerca hay un sitio para mirar y quiere ir a mirar, cosa lógica y comprensible por otra parte. Yo, a pesar de ciertas cuestiones que ya están suficientemente tratadas, decido ayudarle y le digo el nombre del sitio que supongo busca, pero me insiste en que busca un sitio para mirar. Como veo la posibilidad de entrar en un bucle, decido facturarlo al mirador más cercano con las instrucciones habituales, pero no parece enterarse. Vuelvo a repetírselas, pero tampoco las pilla. Lo único que hace es levantar la mano y enseñarme el pedazo de móvil que lleva. Estoy por decirle que la próxima vez active el roaming de datos y que se busque la vida, que siendo tan torpe no se puede hacer turismo.
En vista de que la cosa se puede extender más de la cuen, decido acompañarlo al punto de partida. Me acompaña de forma ceremoniosa, como sin querer sudar, y le repito lo de la primera a la derecha y luego la primera a la izquierda, pero me pregunta que por dónde. Sigue sin enterarse de nada. Así que le digo que suba, que todo para arriba, repitiéndole el orden de las instrucciones sobre cuándo y dónde girar y casi que le doy un empujoncito para que suba la cuesta, porque el hombre tampoco se le ve con mucho ánimo para subir.
Pero es que el que algo quiere mirar, algo le cuesta.
Y si no, pues las redes sociales, que se entera uno de todo divinamente y sin salir de casa.
domingo, 27 de mayo de 2012
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