No diría yo que me lo creo, pero es que no me lo creo. No me creo nada, ni aunque me lo diga yo. Digan lo que me digan, aunque especialmente si me lo dicen y sobre todo quien me lo dice. Me siento orgulloso de haber llegado al conocimiento de la no creencia a mi corta edad, pues no soy más que un niñato con calzoncillos de marca, pocas cosas en la cabeza y demasiadas en el corazón.
No me creo nada de nada. Hubo una etapa en la que me las creía, pero la cortina se venció por su peso y vi la pintura de la pared. No me gustaba el color, que por cierto no era ninguno. Pero siempre lo sospeché. No hay nada como la certeza de la verdad en la falsedad y de la falsedad en la verdad, que por supuesto no es nada.
La nadería por la nadería.
Por tanto, sobra todo. Incluso, a veces, hasta uno mismo.
jueves, 4 de noviembre de 2010
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