Ya es de noche. Y creo que siempre lo será.
Definitivamente, debo ser yo, porque no entiendo el mundo que me rodea. Debo partir de premisas falsas, o ser demasiado quisquilloso, o demasiado exigente o me debo mentir en exceso y creerme mis propias mentiras. Pero, definitivamente, no entiendo nada.
Mientras estoy de pie, miradas nada inocentes me torpedean. Resisto como puedo, con mis humildes armas, que se reducen a mi cuerpo y a mi mente, los envites del enemigo. Son gigantes con pies de barro. Y, como gigantes, no demasiado inteligentes.
Y me planteo si realmente merece la pena el esfuerzo. Si no sería mejor no hacer nada. Sin duda, sería más práctico y, a la larga, la lección sería más enriquecedora. Todo son ventajas. Pero, como pasó con Sodoma y Gomorra, si encuentro un hombre justo no destruiré la ciudad. Por ellos sí que merece la pena luchar.
Cambio de escenario y me encuentro con más de lo mismo. El sinsentido sigue reinando a mi alrededor. Hay muchas cosas que no entiendo, cada vez más. Por eso, debió existir un día en el que me perdí, un día que pasé de largo. Debió ser aquel día, sí. Cuando pasó aquello.
Llego a casa derrotado, si fuerzas siquiera para tumbarme en la cama y descansar. El espectáculo debe continuar. Esta especie de circo romano en el que me encuentro...
miércoles, 23 de marzo de 2011
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