Los dos soldados me llevaban cogido de los brazos. Se abrieron dos inmensas puertas y entré en un edificio grande y frío. Había gente, porque veía sombras. No hablaban, no respiraban. Estaban ahí, quizá acechando, quizá durmiendo.
Los dos soldados se fueron y me quedé solo. Se oyó una sirena y las sombras se convirtieron en cuerpos. Cuerpos que se acercaban a mi. Me miraban con desprecio. Se veía el odio en sus miradas. Pero no decían nada.
Uno de ellos me llevó ante el capitán. Creí conocer su cara, incluso pensé en ser amable, pero mi prudencia me mantuvo con la boca cerrada. Hizo que me sentara. Un ayudante leyó la lista de cargos contra mí. Había sido conducido allí por traición. Me escapé y me refugié en un teatro. Al no ofrecer resistencia, mi condena se vería reducida.
Fui conducido a los calabozos. Me desnudaron. Me ducharon con agua fría. Me sentía como un animal. Sin duda debía serlo.
Y me encerraron en mi jaula, donde el tiempo pasaría despacio y donde podría pensar en mis faltas.
jueves, 31 de marzo de 2011
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