Había una vez un escultor que, en un rincón de su taller, descubrió abandonado un buen montón de barro. Feliz por el hallazgo, se puso a moldearlo, y pensó en hacer una figura humana. Mostraría la belleza del hombre en todo su esplendor. Y podrían verse reflejada en ella los ideales del ser humano. "Aquello que nos hace grandes", pensó.
Con sus manos, su tesón y su paciencia se puso a trabajar con la ilusión de un niño. Y, al terminar el día, completó su magnífica escultura. Cansado, pero satisfecho, se retiró a descansar, dejando la escultura secarse en su taller.
Pero, al cabo del rato, salió la Luna y uno de sus rayos se coló por el estrecho ventanuco del taller del artesano. El rayo avisó a la Luna y ésta, conmovida por la belleza de la figura, le dio vida. La figura se desperezó y comenzó a moverse. Oyó a la Luna hablar y miró hacia arriba.
- Tú ¿quién eres?
- Soy la Luna. Me ha conmovido tu belleza y he decidido concederte la vida.
- ¿Qué es la vida? ¿Qué es la belleza?, preguntó la estatua.
Pero no obtuvo respuesta
Se acercó a un espejo y se vio reflejado en él. Y entonces creyó resolver las preguntas que había dejado en el aire para que la Luna le respondiera. Miró su cuerpo, tan perfectamente moldeado, tan exactamente representado, que no pudo evitar sentirse orgulloso de él. Se fijó en la hermosura de sus facciones. En su pelo largo y rubio, en la virilidad de su pecho y en la ternura de su mirada. Creyó ser perfecto, porque así lo vio en el espejo. Porque así lo habían hecho. Porque así se lo habían dicho.
Entonces la figura pensó en su futuro, que sería lleno de alegrías y placeres. Y decidió abrir la puerta del taller del artesano y salir a la calle, para que todos admiraran su hermosura. Pero al empezar a andar sintió su cuerpo resquebrajarse. Su hermosura se perdía. No podía hacer nada por evitarlo. Aterrado, intentó salir más aprisa, pero la solución fue fatal. Se deshizo aún más rápidamente. Y, en el suelo, se convirtió de nuevo en el barro del que salió.
Al oír ruido en su taller, el artesano corrió a ver qué sucedía. Pensó en que le robaban su obra más reciente, pero al abrir la puerta del taller la encontró deshecha en el suelo. Un tanto extrañado, al ver el barro en un sitio distinto a donde dejó la estatua, pensó en modelarlo de nuevo. Recordó que, con el deseo de empezar a trabajar el barro, se olvidó de poner una base para sustentarlo y que no se cayera. Se sintió un poco tonto por no recordar ese detalle, pero le entraron aún más ganas de trabajar en su idea. Al agacharse a recoger el barro, se dio cuenta de que los trozos estaban iluminados por una extraña luz que entraba por el ventanuco.
Sorprendido, miró y descubrió a la Luna. Llorando. Y entonces recordó por qué dejó abandonado ese buen montón de barro en una esquina de su taller, tan lejos de la luz que entraba por aquel ventanuco.
PS: Gracias, por darme la idea, al contarme cómo trabajas el barro.
domingo, 29 de mayo de 2011
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Excelente... y me publicas la opinión.
ResponderEliminarPrecioso
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