Ya la estaba echando yo de menos. Todos los años por esta época me visita una curiosa sensación de depresión. Normalmente suele suceder al común de los mortales en otoño, por aquello de la caída de la hoja y las prevacaciones solares pero es que yo soy así. Ya me lo dice mi madre siempre que tiene ocasión: "Hijo, qué raro eres" Y yo no digo nada, porque es verdad y porque, en el fondo, me gusta que me lo digan.
Objetivamente no entiendo los motivos, porque en el fondo no los hay. Quizá es porque se acabe el curso y empiece otro. En el fondo, me aterran los cambios, pero es que en verdad nunca acaba de cambiar nada. Se van unos, se quedan otros, llegan unos terceros y el mundo vuelve a girar. En el fondo es mucho meneo para que todo siga siendo exactamente igual. Porque todo sigue siendo lo mismo. El eterno río de la docencia, por el que fluyen las mismas gotas de agua, las mismas corrientes, si acaso describiendo otros remolinos.
Quizá es el cambio de ropa, los primeros calores. Las camisetas. En teoría, como ser libidinoso, por ser hombre, debería alegrarme de ver más carne suelta por esas diminutas ropas que trae el verano, pero no. No es eso. Quizá por algunos debería ser siempre invierno, además de frío riguroso. El problema de eso es no acertar nunca con la ropa. Frío por la mañana, calor por la tarde... resfriado seguro.
Se me agotan las razones, pero la depresión primaveral permanece. Apliquemos la receta de nuestro amigo Ocham y mi señora madre. Que soy raro. Y punto.
martes, 10 de mayo de 2011
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