jueves, 5 de mayo de 2011

Sentido

Acababa de salir el sol. Se oían las gaviotas y la brisa de la mañana inundaba toda la bahía. Y allí estaba, erguido ante el mar y las olas que acariciaban su base. El calor de los primeros rayos del día acariciaba su superficie. Estaba allí, por fin. De pie ante una inmensidad fascinante.

Pasó el tiempo. El viento comenzó a soplar con fuerza y las aguas comenzaron a agitarse. Y ahí seguía. Ahora tendría que resistir. El viento arrancaba las escamas que el sol había ido preparando. Las olas golpeaban en su base con cada vez más fuerza. De forma más violenta. Algunos iguales ya habían caído, pero él permanecía ahí. Quieto. Aguantando las fuerzas de la naturaleza a su alrededor, que amenazaban con derribarlo.

Ya viejo y deteriorado, a punto de ser sustituido por otro, se preguntaba de qué ha servido todo ese trabajo, de qué ha servido el estar resistiendo ante las fuerzas de la naturaleza. El no ser más que un poste ante la inmensidad de un pequeño mar contenido en una bahía, en la que cada mañana salía el sol y se ponía un tiempo después. Si acaso como un molino roto por un acertado caballero en enjuto rocín.

A fin de cuentas no era más que eso. Un objeto roto por el uso y el desdén.

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