Cuando acabó la tarde y aquel hombre se dirigía a su casa se sentaron con él en su coche todos los fantasmas de su pasado reciente. Con la sensación amarga que dejan las almendras que no están en buen estado, todos y cada uno de sus etéreos amigos le recordaban aquello que había hecho mal, clavando pequeños alfileres en su ya desgastado corazón.
Pensó en las lecciones que había repasado en sus apuntes y que no había sabido trasmitir. "No se puede ser sutil" pensó, mientras aparcaba cerca de su casa.
Había caído ya la noche y había empezado a llover. No abrió su paraguas negro, pues estaba ya cerca del portal. No había nadie, era tarde, y el sonido de sus pasos lo acompañaba. Giró dos veces la llave y cogió el ascensor.
Dejó con desgana la cartera y se sentó en el sofá. Encendió un cigarrillo y apretó sus dedos contra la frente, apoyando su cabeza en la mano derecha.
No entendía nada. No le bastaba la analogía futbolística que le habían sugerido. Había fracasado donde era imposible perder, cuando el partido estaba sentenciado se había dejado ganar. Pero le resultaba imposible. No lo comprendía. Quizá hay cosas que no tienen explicación, simplemente ocurren.
miércoles, 25 de mayo de 2011
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