sábado, 28 de mayo de 2011

Bosques

Una vez había un bosque de árboles grandes, altos y fuertes. Árboles que crecieron hace ya mucho tiempo y que se presentaban majestuosos, imponentes, a los ojos de los demás. Cobijaban gran cantidad de vida, resguardando a muchos seres entre sus troncos y ramas. Una vez, uno de esos seres dejó caer una semilla al suelo. Al cabo del tiempo la semilla germinó y de ella salió un fino tallo verde, tierno, que despertaba al mundo. Cuando asomó su primera hoja se sintió muy pequeño, puesto que estaba rodeado de tan ilustres vecinos que sentirse pequeño era casi una obligación, pero se propuso crecer hasta hacerse tan grande como sus vecinos. Pensó en los peligros que debía sortear y en cómo lo haría. Y si alguna vez lo lograría.

Al verlo pensar en voz alta, los árboles que le rodeaban se miraban y sonreían. Recordaban el tiempo en el que tan solo eran un brote que levantaba menos de un palmo de la hojarasca del suelo. Y se propusieron cuidarlo para que, cuando ellos tan solo fueran una figura muerta en el atardecer del bosque, miraran a su lado y vieran la figura de un árbol fuerte y joven. La alegría de su pasado, el consuelo de su vejez.

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