Me levanto temprano, desayuno, cumplo con mis obligaciones y a colocarse. A colocarse unos cuantos libros.
Lo primero de todo, subirlos. De la planta inferior a la media. Una vez que los has subido, primer problema: Cómo los coloco. Si fueran míos no tendría ese problema, pero como no los son me tengo que ingeniar un orden para colocarlo. Y no hay nada que me agobie más que inventar un orden para colocar cosas. El orden es, por tanto, aleatorio. Yo querría que fuera un orden total, pero eso no es posible. En resumidas cuentas, que me produce una situación de estrés bastante tensa y desagradable.
Decido efectuar una llamada de socorro, pero mi interlocutora no me oye. No hay nada que más odie que gastar teléfono en una llamada y que ni mi interlocutor me oiga ni me ayude. Quince céntimos a la basura.
Bueno, al fin el propietario de los libros me da una vaga idea de como colocarlos y empiezo a la tarea, no sin antes recordarme que algún día esos libros serán míos. Me enfrento a los libros rojos y azules. Los libros azules y rojos guardan revistas que publicaban cuentos allá por finales de los 50 y principios de los 60. Novelas y Cuentos, se llama. Me da por ojear una. Antes me saco los ojos y los disuelvo en lejía que leerlos. No por nada sino porque la letra es infama, amén de que la palabra "margen" no debía estar de moda. Más que párrafos, eso parecen botellones de letras, todas apeguñadas gritando "Cipote el que no bote"...
domingo, 1 de mayo de 2011
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