Desde hace casi 11 años voy a pelarme al mismo sitio. Está en una zona completamente castiza de la beato-capital, cerca del mercado y de la Catedral. Antes estaba un muchacho con el dueño, pero ahora está su hijo, que es quien me pela, aunque a veces lo ha hecho su padre.
Si hay algo que llama la atención de las peluquerías de hombre, mejor dicho, barberías, son las conversaciones que mantienen los clientes con el dueño. Las mías apenas van más allá de las vacaciones, el tiempo o las particularidades propias de mi profesión. Pero las hay que van mucho más allá.
Pudiera decirse que por un módico precio no solamente obtienes un servicio de mejora de estética, sino de asesoramiento sobre cualquier otro tipo de tema imaginable o, simplemente, psicólogo gratuito.
Quizá debería pelarme más a menudo. Más que nada, por los servicios complementarios.
miércoles, 20 de abril de 2011
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