Son las once menos veinte. Estoy haciendo hora para mi llamada diaria, en la que me darán las novedades que, posiblemente, no sean nuevas. Al menos así lo espero.
Pasa un coche. Lo oigo porque tengo la ventana abierta. Ya va haciendo calor y hay que dejar que entre el aire. Si tengo calor al acostarme luego no duermo.
Al hilo de los coches que pasan, me planteo si en el piso que me voy a comprar se oirá mucho el tráfico de la calle. Bien es cierto que donde me voy a comprar el piso tampoco es Nueva York, aunque lo parezca.
Debería hacer la plantilla de corrección de un examen que tengo pendiente pero, para ser sinceros, no me apetece nada de nada. Supongo que lo corregiré en Semana Santa. Que lo mismo y ahora que lo pienso me da el punto y me voy con mi hermana a ver procesiones y sacar fotos. Y tengo que hacer los apuntes del último tema. Más que nada, por tenerlos para un futuro. Porque si pienso otras cosas, maldita la gracia que me hace tenerlos que preparar.
Vuelvo a mi futurible inmueble. Me asusta dar ese paso. Lo peor va a ser la cocina, que a ver dónde me la montan. Quizá debería ver si hay alguna montada en exposición y se le puede hacer un apaño. Así no hay que esperar a que hagan los muebles. Y los electrodomésticos. Supongo que podré prescindir del lavavajillas. Y quizá de la secadora si me compro el piso con terraza. Me voy a ahorrar 500 euros de secadora y -20.000 de terraza. Compra inteligente donde las haya.
Hoy ha sido un día duro para algunas personas, normal para otras, excelente para un tercer grupo y una carrera continua para un desgraciado como yo, que tengo mi propio mundo en el que, dicho sea de paso, soy razonablemente feliz. He felicitado a un amigo que cumplía años por varias redes sociales. Y he hablado por teléfono con muchas personas.
Lo duro que es hacer tiempo...
martes, 12 de abril de 2011
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