Sigo rebuscando en mi armario. Aparece una caja. Mi caja de madera. Mi fiel confidente. La caja que contiene los tesoros de mi niñez y de mi adolescencia. Si esa caja hablara, o simplemente se abriese... Creo que en el taller de mis tíos hay otra gemela, pero está sin cerrar. Algún día quizá la rescate y me la traiga a casa.
Más cajas. Aparecen las cartas de mi niñez. De cuando esto llamado Internet era algo de los bancos, que no te dejaban hacer nada "porque esta mañana no tenemos línea, y no sabemos cuando vendrá" Las cartas de aquella compañera de la academia de Inglés, con la que me carteaba cuando estábamos a tiro de autobús. Las cartas de los amigos del colegio, para no perder el contacto en verano. Tantas y tantas cartas. El esperar el correo cada día, como el instante mágico en el que tus sueños se cumplen. Recibir la carta, abrirla, leerla apoyado en la puerta, con esa sonrisa de ilusión que te da el saber que alguien ha dedicado algo de su tiempo a tí. Y pensar en qué vas a responder, cómo y cuándo. Comprar un sello, un sobre. Llevarla al buzón y mandarla con la correspondiente despedida de la buena suerte. A un email no le puedes desear buena suerte. Sabes que llegará. Los unos y los ceros son tan previsibles.
Aparece una papeleta con tu letra. De aquella tarde que viniste a mi casa, cuando sabía que te ibas a ir y no podría hacer ya nada para evitarlo. Ni tampoco podía siquiera seguirte. Nunca olvidaré esa sensación. La sensación de no poder hacer nada. Sé que la tarea está a medio hacer. Sé donde está la última nota. Sé que la voy a encontrar. Pero no la voy a leer, porque sé perfectamente lo que pone. Símplemente, le daré la vuelta al cd donde está y lo guardaré con los demás, en el riguroso orden aleatorio que le asigne mi estado de ánimo en ese momento.
Te sigo echando de menos, aunque lo niegue.
sábado, 23 de abril de 2011
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Bonita entrada.
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