Ya he casi acabado mi titánica tarea del día. Me faltan un par de detalles, pero he acabado. He reducido mis casetes a una bolsa italiana, que he cargado demasiado y que casi rompo. Menos mal que he estado hábil. Miro lo que tengo grabado. Música clásica, Dire Straits, Pink Floyd... Hay alguno original. La Danza de la Ciudad, de Cónmplices. Tiene una canción preciosa, Es Por Ti. Quién iba a pensar que existirían algún día los mp3. Recuerdo dos tipos de cintas, las básicas y las de cromo. Me gustaba que fueran TDK. Y, aún hoy, sigo comprando cosas de esa marca. Las famosas CDing. Eran más caras, pero al comprarlas experimentaba una cierta sensación de felicidad. De poder. Me sentía importante. Y, por supuesto, las compraba para grabar cds. Los que me dejaban o los que sacaba de la biblioteca. Siempre tenía. Por si acaso. Nunca sabías cuando iba a caer en tus manos un buen disco. También llegué a usar unas súper-pijoteras de Sony, las ux-s. La caña en rama...
Y, por último, mi orgullo. Mis pequeños cochecillos, los portadores de mis sueños de niño. Tengo una colección inmensa, no por nada sino porque los daban con las galletas Siro. Venían en una cajita alargada. Un coche y un trozo de carretera. Se suponía que eran tramos y que había que juntarlos. Eran 8. Eran los 80, algo tardíos.
Llegué a juntar tantos que más de una vez los regalaba. Por supuesto, los repetidos. Alguna vez me compraban otro, porque siempre me tocaban los mismos. Recuerdo uno que me compró mi tía: un Renault 11 de color verde amarillento, quizá amarillo lima. En una trapisonda de estas se perdió. Nunca supe nada más de él. También recuerdo un Ford Sierra de un imposible naranja purpurina. Me salió con las galletas. Y me parecía símplemente alucinante. Era el primero que me tocaba. Luego vino otro en blanco. Con 14 o 15 años me compré el último, un BMW rojo.
Recuerdo que solamente se abrían las puertas delanteras.
Recuerdo jugar con ellos. Pero no con los de la estantería. Tenía otros, que guardaba en una bolsa, que eran los que captaban mi atención. Ahora no sé a ciencia cierta dónde están. Pero sí recuerdo las tardes de verano, en las que tirado en el suelo y con palillos de helado en el suelo, marcaba las carreteras que recorrían. Siempre saliendo de la alfombra. Aquella cochambrosa alfombra, en la que tantas cosas importantes pasaron después.
Y después de todo esto me pregunto, ¿dónde queda aquél niño que jugaba con sus coches? ¿dónde está aquel chaval que leía aquellos libros de "El Barco de Vapor"? ¿Qué fue de aquél chaval que grababa compulsivamente discos y canciones de la radio? ¿Alguien se acuerda de aquél universitario que no veía el final de su carrera? ¿Me acuerdo de aquél opositor que acompañaba con música su larga espera?
Quizá deberíamos pintar más a menudo.
sábado, 23 de abril de 2011
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