Abro mi libreta. Entre los cuadros del fondo surgen seis líneas paralelas y números que, caprichosamente se reparten por esas líneas.
Saco mi guitarra de la funda. Repaso cuidadosamente si está afinada. Y empiezo a leer esas líneas y esos números que están ahí.
Mis dedos son torpes. No soy capaz de leer y tocar a la vez. Y por eso al principio no suena nada. Sonidos inconexos. Melodía que se fragmenta y se escapa de entre las cuerdas hacia el techo de mi habitación, donde acaban estrellándose.
Poco a poco la melodía empieza a tomar forma. Mis dedos pierden el miedo, como si aprendieran otra vez a tocar, descubriendo un nuevo mundo. Las notas empiezan a abrazarse, se funden con el aire de mi habitación, a la que se asoma el sol de la ventana, y salen en su busca, como regalo a los rayos que acarician el milagro del nacimiento de la música.
Ya solo queda repetir y repetir. Mis manos recorren el mástil cada vez más rápido. Mi mano izquierda y mi mano derecha se separan para trabajar juntas en la música que brota, imparable, de la boca de mi guitarra.
La magia de seis líneas y unos números dispuestos sobre ellas. La magia de la música. Qué pena no haber sido mago antes.
miércoles, 6 de abril de 2011
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