jueves, 14 de abril de 2011

Tarde de nevera

Las cosas de ser amo de casa. Un día estás tan tranquilo, decides tomarte un algo y cuando abres la nevera te sale un señor con esquíes. Entre la emoción y el susto del atropello, recapacitas y te das cuenta de que la nevera tiene "un poquito" de hielo en el congelador. Conclusión, hay que descongelar.

Aprovechando el fin del trimestre, que para mi son como una especie de periodo entre glaciaciones, decido descongelarla. Llego a casa, preparo la neverilla auxiliar para las cosas que me quedan y desconecto el aparato, dejando la puerta abierta.

Con ilusión vuelvo al rato, hecha la comida y la siesta, y sigo viendo la misma cantidad de hielo y unos pingüinos burlones, que me ven y me palmotean en la cara mientras torpemente desaparecen por el fondo de la nevera. "Hay que pasar a la acción" me digo, y caliento ollas de agua.

Tras mucho calentar y mucho rascar el hielo comienza a ceder. Se oye llover dentro de mi nevera, lo que resulta divertido aunque un tanto desconcertante. Y empiezo a sentir como si hubiera ganado la copa de Europa de las neveras. Gigantescos trozos de hielo se precipitan al rato, cayendo sobre la cesta de la fruta, reconvertida en improvisada piscina de hielo. Pienso en la posibilidad de revenderlo para fabricar mojitos. Me haría rico...

Una vez que parece que todo está a punto, limpio las últimas gotas e intento arrancar los últimos hielos. Conecto de nuevo la nevera.

Cruzaremos los dedos. Y quitaremos los remontes, por si acaso.

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