Me ahogo. Me siento preso en una habitación pequeña de la que no puedo salir. Siento que me hundo en unas aguas revueltas y, por mucho que lo intento, no consigo respirar el aire de la superficie.
Intento luchar el día a día, intentar alcanzar la cima de la montaña, conseguir las metas que me propongo, pero hay veces en las que el fin no se alcanza nunca. Quizá la culpa sea mía, por tener más frentes abiertos de los que puedo soportar, pero siento que hay muchas cosas que me apetece hacer y que no quiero perderme. Me siento culpable cuando me comprometo a algo y luego otra cosa me impide atender ese compromiso. Esa elección fatídica.
Me comparo con otros de existencia más plácida y me pregunto por qué yo. En qué error de la naturaleza me he convertido.
Y me invaden los problemas, los problemas absurdos, los problemas estúpidos, causados no se sabe para qué y con qué finalidad. Que manía absurda del ser humano de complicar las cosas.
Pero poco a poco las cosas se van resolviendo. Y, como es de seres humanos aprender de los errores, no vamos a tener más remedio que poner en práctica los planes que tengo en mente. Ya son inaplazables. Amen de sanos y muy necesarios. Habrá que tener el valor de hacerlos. Y tener algo de suerte, claro.
martes, 7 de junio de 2011
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