Como hombre soy sospechoso y casi culpable sin necesidad de juicio. El error está presente en mi vida sin ningún tipo de pudor, y se debe cargar con la culpa con la mayor de las indignidades y el mayor de los silencios.
Pero, a pesar de todo, hay cosas de las que no soy culpable. Y, puesto que no soy culpable, no merezco tal condena. No soy culpable de la realidad de las cosas, no soy culpable de aquello que he advertido que no quiero ser puesto que no estoy obligado a ello.
No es lícito jugar con las culpas y las condenas. Son armas peligrosas.
A veces hay que aceptar los veredictos de inocencia. Son ellos los que se encargan de reflejar a los culpables.
jueves, 30 de junio de 2011
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