lunes, 20 de junio de 2011

Fuego

El estaba apoyado en una columna, con un vaso en su mano que temblaba por el ensordecedor volumen de la música del altavoz que tenía a la derecha. Ella estaba hablando en la pista con una amiga. Pero de repente cambió la música y sus miradas se cruzaron.

Algo pasó por sus cabezas, pero ella dejó colgada a su amiga y el olvidó su gin-tonic en el primer lugar que se le ocurrió. Se dirigieron hacia el centro de la pista y, a cada paso que daban, la gente que la ocupaba empezó a desaparecer. Cuando se alcanzaron, sus ojos se engancharon para no separarse. El comenzó a contonear su cuerpo y ella le siguió. No miraban otra cosa que no fuera el fuego infinito tras sus pupilas. El la agarró por sus caderas y ella se revolvió para soltarse, lanzándole una mirada que quemaría al mismísimo fuego. Había incumplido la primera regla del juego que ellos mismos inventaron en ese momento. Alrededor se arremolinaban aquellos que hace un rato habían desaparecido, mientras cuerpos bailaban en el centro totalmente entregados al fuego que había surgido entre ellos.

La música atronaba los altavoces. Nadie osaría parar el frenético ritual de la pista de baile, tan solo observaban, entre sorprendidos y envidiosos, el movimiento de dos cuerpos que no necesitaban hablar para entenderse.

De repente, cesó la música. Se apagaron las luces. Y se iluminó la pista con la pasión de los dos bailarines.

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