Sonó el teléfono cuando tenía las manos llenas de jabón y me dedicaba a la nada filosófica tarea de fregar los platos de todo el día. Esperaba la monotonía y me asaltó un punto de inflexión. He recibido la llamada de un amigo.
Hemos hablado durante media hora de muchas cosas. Le he contado, me ha contado, y todo como si hubiéramos hablado ayer mismo.
Lamento no tenerlo más a menudo cerca, para darle un abrazo y felicitarlo por sus recientes logros o para intentar ayudarle cuando pueda necesitarme. Al menos estar ahí, aunque no sirva para nada, porque reconozco que en esos momentos no soy muy bueno, pero en fin...
Qué feliz me hace a veces el teléfono.
domingo, 5 de junio de 2011
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