Salgo a la calle, temprano. Como todos los días. Hoy no hace sol. Está nublado. Cae una lluvia que no es lluvia y que molesta a los parroquianos. Estamos acostumbrados a una lluvia de verdad, con sus gotas y que moja de inmediato.
La lluvia de hoy es una lluvia fina, como alfileres que caen del cielo y que se posan mansamente en mi cabeza. No tengo la sensación de que me moje, pero al cabo del rato de andar por la calle me doy cuenta de que estoy calado. Mi camiseta está mojada, mis hombros están mojados.
Sobre mis gafas las gotitas han formado un dibujo geométrico, arremolinadas caprichosamente a partir de un centro, caprichosamente distribuidas. Miro a través de ellas y la realidad no parece la misma. Son como una sobrelente que me hace ver las cosas aún más cercanas o aún más lejanas. La realidad distorsionada.
Sigue lloviendo y me sigo mojando. Están a punto de calárseme los huesos. El agua sigue empapándome.
Es la lluvia de junio.
jueves, 2 de junio de 2011
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