Hasta los malos observadores convendrían en que me ahogo, cuanto más los buenos. Aquellos que callan, observan, meditan y un día, a las primeras de cambio, te dicen lo que justamente piensas sobre ti pero que ni tu mismo te atreves a imaginar, por esas cosas que tenemos los humanos consistentes en engañarnos a nosotros mismos.
La cuestión es tener la fuerza y las ganas para admitir el diagnóstico y aceptar el tratamiento. Con todas las consecuencias.
miércoles, 29 de junio de 2011
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