La entrevista con el director fue bien. Le parecía aquél hijo que siempre quiso tener, o que en realidad sí tenía pero que estaba tan lejos que casi nunca lo veía. Le enseñaron su habitación y le pareció pequeña, pero preciosa. Había una gran ventana por la que entraba aquel sol de invierno. Tenía hasta una tele que podría ver desde la cama. Y su propio cuarto de baño. Ya quería instalarse.
Volvió a casa muy feliz y empezó a ordenar las cosas. Tenía que ocupar ya la habitación. Pero quedaba un último "escollo". Había que hablar con la familia. No creía que le dijeran que no. Cada vez la miraban más como un bicho raro. Así que durante la comida se armó de valor.
- Tengo que daros una noticia. Me voy a una residencia.
- Mamá, no digas tonterías - respondió su hija.
- Sí, abuela, no diga tonterías - dijo su yerno sin ninguna convicción.
- No, no digo tonterías. Me voy a ir. Quiero tener más intimidad, quiero tener gente con la que hablar. Me paso casi todo el día sola, aburrida. Así que me voy. Mañana van a venir a ayudarme a llevarme mis cosas y estaré toda la tarde empaquetando.
Y con mucha dignidad, se levantó de la mesa y se fue a la habitación haciendo algo que jamás hubiera pensado: dejó su plato vacío encima de la mesa.
domingo, 3 de julio de 2011
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