El día de visita solía ser bastante triste para Benita. Su familia normalmente huía de la ciudad los fines de semana, que es precisamente cuando los residentes recibían a sus familias. Tampoco era nada nuevo. Mientras su familia se iba al recién comprado apartamento en la playa, ella se quedaba en casa, como un perro guardián, regando las cuatro macetas que le servían de coartada para quedarse.
Por eso se extrañó que, de repente, sonara el teléfono de su cuarto anunciando visita. Se arregló rápidamente y, al llegar a la entrada, divisó un cuerpo diminuto. Se trataba de su vecina Gracia.
Gracia era una chica argentina, que se vino a vivir a España huyendo de su país y de un novio demasiado celoso. Encontró trabajo de teleoperadora, pero un buen día se arrepintió de despertar a la gente de la siesta para ofrecerles cambiarse de compañía. Así que comenzó a hacer un curso de administrativa y consiguió trabajo en un banco. Tenía un contrato de prácticas, pero esperaba poder renovarlo. El caso es que ya encontraría algo.
Ambas amigas se conocieron una mañana. A Benita se le rompió una bolsa en el supermercado y Gracia impidió que un bote de espárragos de cristal se hiciera añicos contra el suelo. Se ofreció a acompañar a Benita a casa y acabaron tomando un café todos los fines de semana, aprovechando la soledad de Benita.
Se querían casi como madre e hija.
miércoles, 27 de julio de 2011
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