Es como una enfermedad anual que hay que pasar. Mi querido Paquito, mi fiel Ford Fiesta blanco, tiene que pasar la revisión. A pesar de su edad está prácticamente nuevo y hecho un chaval. Es casi como el vino, mejora con los años. Pero la pérfida administración automovilística me obliga a que lo revise anualmente, cosa que me parece bien, pero no de la forma que se hace.
El proceso es el siguiente. Recibes una carta de una señora que te dice que según sus archivos tu coche tiene que pasar de nuevo la ITV y amablemente te indica que pidas cita o por teléfono o por el internet, que es lo moderno. Cuando por fin encuentro un hueco en mi apretada agenda veraniega reservo la cita y procedo a llamar a mi mecánico, de quien me fío mucho más que de la itv, para concertar una cita y llevarle el coche.
Naturalmente los mecánicos, como especie aparte, tienen unos horarios de apertura inhumanos, concretamente las 8 y media de la mañana, por lo que me va a tocar un madrugón veraniego nada desdeñable para llevar el coche a revisar. Una puesta a punto y la luz de la marcha atrás, que ha decidido que deja de funcionar.
Una vez hecho eso, queda la segunda parte, que es llevar el coche a la revisión propiamente dicha. Es como unas oposiciones, que preparas con mimo y esmero y que, ya en el día del examen, esperas aprobar con nota.
El caso es que esperas a que te citen y, cuando oyes tu matrícula por el altavoz, ten diriges raudo a la línea que ten indican. Una vez allí, conoces a tu examinador, generalmente jóvenes, que te indican lo que tienes que hacer en cada momento. Se necesita especial destreza en atender a las instrucciones que te dan, especialmente cuando tienes que poner luces, intermitentes, limpiaparabrisas, claxon, etc, dada la velocidad a la que te las dicen. Además, siempre en el momento más inoportuno se te cala el coche, provocando la sonrisa del mecánico que te atiende, o directamente la carcajada si eres mujer porque, lamentablemente, el mundo de la automoción todavía no es coeducativo.
Luego te ponen en unos rodillos y empiezan a darle unos meneos al coche que no son ni normales. Sinceramente, no se qué puñetas ganan dándole tantos meneos al coche, pero bueno, si la Junta dice que son procedentes para la seguridad y la democracia, pues digo yo que estarán justificados y me someteré a ellos como ciudadano cumplidor que soy, o al menos que intento ser.
Una vez superados todos los meneos, te dicen que aparques y esperes el veredicto final. Éste es el peor momento, donde surgen las dudas y tribulaciones, cuando ves al empleado teclear con desdén y arrogancia en la terminal del final de la línea donde te has examinado. Y cuando ves que se dirige a la caja de las etiquetas del color correspondiente al año que viene sientes la alegría en tu interior. Has aprobado. Ya tan sólo queda oír la frase "Muy bien, todo correcto. Hasta el año que viene" y pagar los treinta y pico leros que te cuesta la broma. Porque no sé si se habrán dado cuenta, pero esto de la ITV es un negocio perfecto. Llegas, te dan cuatro meneos, pones dos intermitentes, vacías tus bolsillos y te vas.
Pues yo, qué quieren que les diga. Sinceramente, me fío más de mi mecánico.
martes, 26 de julio de 2011
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