No había nadie en la biblioteca. Cosa lógica por otro lado, porque era la hora de comer. Ni siquiera la chica responsable de la misma. Todo estaba apagado.
Dulce entró en la sala. Afortunadamente, el ordenador estaba encendido. Se colocó sus gafas, abrió el programa para editar textos y se puso a escribir, respondiendo una por una a las preguntas que le escribieron en aquella carta que recibió cierto tiempo atrás.
La repasó con mimo y la imprimió. Dobló la hoja cuidadosamente y la metió en un sobre. Disimuladamente salió de la biblioteca, dejándolo todo tal y como estaba antes de entrar, y se dirigió a la puerta de la residencia. En ese momento, Adela consultaba con el director el libro de visitas de esa semana. Al verla salir, se miraron y no dijeron nada. Quizá para evitar una respuesta desagradable. Quizá porque sabían el motivo.
- Esta vez ha tardado más en responder - dijo el director.
- Sí, la encargada de la biblioteca sospechaba -repuso Adela. Me ha costado mucho trabajo que dejara la biblioteca a la hora de comer para que pudiera entrar.
- No entiendo qué gana con eso.
- Yo tampoco, pero ya sabes cómo es.
Mientras, Dulce ya había llegado al buzón de la calle. Besó la carta, la introdujo dentro, y se fue a la pastelería, a tomarse un café con un merengue, como siempre que echaba una carta.
domingo, 31 de julio de 2011
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