Después de comer no le apeteció encerrarse en su habitación. Buscó la biblioteca y se encontró con un periódico del día. Lo cogió ávidamente, aunque sin saber por qué. No sabía nada de política, ni nada de economía, ni de cultura. Si acaso algo de fútbol. Y de Nadal. Estaba enamoradita de Rafa Nadal. Más de una noche soñó en que era su nieto y venía a casa a cenar con su novia. Y ella le preparaba croquetas. Lo que daría por prepararle a Rafa Nadal una fuente de croquetas...
Buscó una mesa para sentarse y encontró una al lado de la ventana. Las nubes se habían levantado y el sol invitaba a salir al jardín. Preguntó si podía sacar el periódico y, con él debajo del brazo, salió buscándo la pérgola del jardín.
Los bancos estaban ocupados, pero encontró una silla plegable que colocó al lado de una señora que no parecía enterarse de nada. Tenía los ojos cerrados y la boca abierta, una expresión un tanto cómica que hacía sonreír a todos los que pasaba.
Se remangó un poco la falda, para que el sol calentara sus medias, y empezó a pasar páginas, poniendo caras de sorpresa y preocupación y meneando la cabeza con con energía para que pareciera que la cosa le importaba. Pero, al llegar a la página 35 su corazón dio un brinco. Allí estaba él, a todo color, luciendo un reloj y con cara de felicidad. Y, como si fuera una adolescente, decidió cortar la página y llevársela a su cuarto. No sabía dónde lo pondría, pero esa tarde Rafa Nadal era suyo. Comenzó a arrancar la página del diario con mucho cuidado pero, a pesar del ligero ruido, su compañera de pérgola se sobresaltó. Benita se sonrojó y guardó el periódico al lado contrario de su molesta compañera. So volvió disimuladamente y comprobó que estaba dormida. Entonces probó a doblar la página y mojar la doblez con saliva, tal y como le enseñaron las monjas de pequeña, y prosiguió el corte con la mayor de las discreciones.
Cuando acabó, dobló con cuidado la hoja de papel, la guardó en su bolsillo y salió corriendo a devolver el periódico. Lo dejó sobre la mesa de la prensa y subió a su habitación, no sin antes pedir algo de fixo.
Su cara reflejaba la mayor de las felicidades cuando entró en el ascensor pero, al salir, se encontró con el director. Con un gesto serio le dijo:
- Benita, no hace falta que robes las hojas de los periódicos. Si lo quieres, basta con que lo pidas en la biblioteca al día siguiente y te lo quedas.
La felicidad se convirtió en vergüenza. No sabía dónde meterse y salió corriendo a su habitación, dejando al pobre director un tanto sorprendido.
Una vez dentro se asomó a la ventana y vio que desde esa parte del edificio se veía la pérgola, incluida la señora que seguía durmiendo ajena al robo que se acababa de cometer. Entonces comprendió que el director la habría visto desde a ventana del pasillo.
Sacó a Nadal del bolsillo, lo puso encima de la mesa, planchó la hoja con delicadeza y la colocó en la pared de su habitación. Y, en ese momento, le entró un ataque de risa que escandalizó a toda la planta tercera de la residencia.
jueves, 7 de julio de 2011
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