lunes, 4 de julio de 2011

Benita III

Le pareció algo increíble ver todas sus cajas metidas en su nueva habitación. Claro que la cosa sería aún más increíble cuando estuviera todo colocado en su sitio. Pero, a fin de cuentas, tendría toda la tarde para hacerlo.

Miró la hora. Había que ir a comer. Adela entró para recordárselo.

- Beni ¿Te has instalado ya?
- Sí, Adela, gracias.
- Pues es hora de ir a comer. ¿Sabes cuál es tu mesa?
- No, la verdad es que no.
- No te preocupes, que te acompaño.

Salieron de la habitación en busca del ascensor. Las escaleras eran cómodas, pero no le apetecían hoy. Entraron en el habitáculo y bajaron a la planta baja. Cruzaron el hall y pasaron la puerta de cristales esmerilados. Y ante ellas se abrió una gran sala llena de mesas y de gente en ellas con el rancho del día. Adela parecía andar con dudas pero, una vez que identificó la mesa, se dirigió a ella con rapidez.

- Bueno, Beni. Aquí te dejo con tus compañeras de mesa. Son Dulce, Toñi y María.
- ¡Hola a todas! - dijo Beni.
- ¡Hola Puri! - dijo Toñi.
- ¡Que no se llama Puri, que se llama Beni! - dijo Dulce - ¡Que no estás más sorda porque no eres más vieja!
- A ver, haya paz - dijo una diplomática María - Discúlpalas. Es que son así.
- ¡Y eso que se llama Dulce! - dijo Toñi con guasa - En fin, ya la conocerás. Venga, Encarni, siéntate que se enfría la sopa.
- ¡Beni! ¡Que se llama Beni! - El grito de Dulce fue de tal magnitud que se oyó en todo el comedor. Hasta alguien tiró un plato por el susto.

Un tanto sorprendida, Benita se sentó a comer. Primero, sopa de cocido. Luego, filete empanado con patatas. Aunque ella no era una gourmet, la comida le pareció estupenda. Hasta la sandía del postre estaba dulce.

En esta primera comida apenas intercambió palabras con sus compañeras de mesa. Se dedicó a observar a su alrededor, viendo el montón de historias que tenía por descubrir, pensando en los motivos por los cuales cada una de aquellas personas se encontraba en esa sala.

Al final de la comida, se quedaron María y ella solas.

- Estás muy pensativa.
- Sí. Tengo que ver cómo coloco tanta cosa en mi habitación.
- Es complicado, pero una vez que lo logras te sientes muy feliz. ¿Qué tal si nos vamos? Yo necesito ya mi siesta.

Se levantaron y decidieron subir por las escaleras, por aquello de bajar la comida. Charlaron de temas intrascendentes y se despidieron en el rellano de la escalera.

Ahora a colocar cosas, se dijo Benita. Y, sin saber por qué, en ese momento se dio cuenta de que hacía mucho tiempo que nadie la llamaba Beni...

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