Benita salió, como cada mañana, a comprar los encargos al mercado. Pensó en preparar un estofado de carne, de esos que le salían tan buenos. Tan solo esperaba tener suerte y comprar un buen trozo de carne para tal menester.
Al llegar a su carnicero se encontró justamente con lo que quería. Pero tendría que esperar. Había mucha gente.
Poco a poco los clientes se fueron y quedó la carnicería para ella sola. Pero al ir a pagar se encontró que no tenía dinero. Al decírselo al carnicero, le arrancó la bolsa de las manos con muy mal gesto.
Un tanto extrañada, pues era su carnicero de toda la vida, volvió a casa por dinero. Pero la llave no abría. Probó con todas, pero ninguna era. Llamó a su vecina, pero no le abrió.
Muy nerviosa y sin saber qué hacer decidió buscar a su hija. Cuando salió a la calle vio como salía de un coche. Corrió a su encuentro, pero no se dio cuenta de que otro coche salía del aparcamiento del bloque.
Todo transcurrió en una milésima de segundo. El coche la levantó unos metros y cayó al suelo. Sobre su cuerpo inmóvil su hija lloraba y se lamentaba.
Fue entonces cuando se despertó.
viernes, 8 de julio de 2011
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